Todos
sabemos de alguna historia sobre directivos dotados de gran inteligencia y enormes
capacidades técnicas que fueron ascendidos a un puesto de liderazgo solo para
fracasar en su área. Y también conocemos historias sobre alguien de solidas
capacidades intelectuales (no extraordinarias) que fue ascendido a un puesto
similar y obtuvo un enorme éxito. Estas anécdotas apoyan la idea de que identificar
a individuos que poseen las herramientas necesarias para ser líderes es más un
arte que una ciencia. Es bien
sabido que el estilo personal de quienes asumen un puesto de liderazgo varia:
algunos líderes son callados y analíticos; mientras que otros vociferan sus
manifiestos desde las cimas de las montañas, o bien, situaciones diferentes
requieren de diferentes tipos de liderazgo. Aunque, en la mayoría de las funciones
se necesita un hombre dotado de poder negociador y sensibilidad que lleve el timón,
mientras que cuando se trata de un cambio radical de rumbo, lo que hace falta
es una autoridad más fuerte. Sin embargo, la mayoría de estudios señalan que
los líderes más efectivos son similares en un elemento crucial: poseen altos
niveles de inteligencia emocional. No es que el coeficiente intelectual y las
capacidades técnicas sean irrelevantes. Son importantes, pero solo como
competencias, es decir, son requisitos para acceder a puestos ejecutivos. Diversos
estudios sugieren que la inteligencia emocional es el sine qua non del
liderazgo. Sin ella, una persona puede tener el mejor entrenamiento del mundo,
una mente incisiva y analítica, y una provisión interminable de buenas ideas,
pero aun así no ejercerá un excelente liderazgo. Todos los estudios se han
centrado en cómo funciona la inteligencia emocional en el trabajo, han examinado
la relación entre inteligencia emocional y actuación efectiva, especialmente en
los líderes, y han observado que la inteligencia emocional sobresale en el
trabajo.
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